El 11 de septiembre de 1973, durante la tercera presidencia del General Perón, Augusto Pinochet da el golpe de Estado en Chile y asume como presidente. El Concejo Deliberante de Buenos Aires lo declara persona non grata. Perón convoca a Miguel Unamuno y a otros miembros del Concejo y les dice: “Señores, el lugar de ustedes es el ABL; de las Relaciones Exteriores, me ocupo yo.” No es que Perón adhiriera al sangriento derrocamiento de Salvador Allende, consideraba que la política exterior estaba basada en la aceptación de la realidad de los otros países, jamás en intentar modificarla.
Perón planteaba el ABC- Argentina, Brasil, Chile- cuando todavía la insensatez de los liberales argentinos imaginaba hipótesis de guerra con Brasil y con Chile. Éramos todavía un país con poder. Lo perderíamos a partir del emplazamiento del liberalismo en el 76 y la consiguiente destrucción de la industria e instalación de los bancos y la renta financiera como generación de dinero improductivo. Finalidad única: dejar en claro que la codicia de los liberales reside sólo en el rédito de acceso fácil. Su quehacer no es ni será jamás la producción. Así lo están demostrando hoy sus empresarios, todos apropiadores de empresas públicas. Como sabemos, industriales quedan muy pocos. Su riqueza real es la intermediación, nunca lo fue la generación de trabajo. Pretenden vender los bienes naturales, se sienten y actúan como herederos; recibieron legados de sus mayores y quieren vivir sin trabajar de ellos. Eso es ser liberal en la Argentina actual. Naturalmente, hubo quienes se diferenciaron. Es el caso de Emilio Hardoy, quien, además, denunció públicamente las desapariciones durante la dictadura. Pero de esos liberales quedan pocos, muy pocos. Si debo distinguir a alguien en la actualidad, es al periodista y escritor Jorge Fernández Díaz. “No voy a dejar pasar en el gobierno actual lo que no le hubiera permitido hacer al anterior”, le he oído decir más de una vez. Pareciera que esa es la verdadera dignidad: medir con la misma vara a aquellos con quienes nos unen afinidades ideológicas- al menos, algunas- que a nuestros opositores.
El peronismo hizo papelones, y nos hacemos cargo. Menem se destacó ampliamente y la versión liberal libertaria de hoy no solo lo hereda (Milei debe de sentirse orgulloso de ello), sino que lo supera con creces. Quedan minimizados los autos de carrera y los amores faranduleros del vendepatria peronista ante la demente voluntad de ruptura de las relaciones exteriores del entreguista en versión liberal pura.
Lo de España es grotesco, pero su gravedad se asienta en que es la continuidad de lo de China y Brasil, países con los cuales el daño que puede generar la falta de cordura del personaje Milei implica una enorme gravedad. “Achicar el Estado es agrandar la Nación”, decían los militares mientras asesinaban. Pensemos que Costa Méndez parecía un lúcido conocedor de la Relaciones Internacionales, y terminamos en una guerra más cercana al papelón diplomático que a la reivindicación de la dignidad de nuestros soldados y de nuestros reclamos.
En el Luna Park, el Presidente presenta, en una suerte de clase seudo universitaria, algunas tesis deshilvanadas, con mucho de copy paste y profusión de menciones de economistas afines a su ideología, ante una audiencia parecida a una nueva Cámpora de distinto signo obviamente. Más ingenua, menos pretenciosa en ambiciones revolucionarias, también en cargos y renta, por el momento.
Escuchar a Milei daba pena. Mientras Misiones ardía, negaba todo asumiendo el rol que se asigna a sí mismo alguien que se autopercibe como el segundo gran líder político mundial del momento. Convengamos que en su grandilocuencia megalómana, poco le costará agregar que lo es “de la historia de la humanidad”. Resulta especialmente grotesco porque no hay ningún logro para nuestra sociedad que le permita otorgarse la virtud del talento, en ese recetario tan dogmático como el marxista al que critica y en el que desplaza al Estado para que sus amigos empresarios puedan llevarse el resto de los bienes naturales sin hacerse cargo de la miseria que siembran a su paso.
Porque de eso se trata, de que el Estado nos representa a todos, pero esencialmente al humilde, al trabajador, al ciudadano que el kirchnerismo deformó de diversas maneras siguiendo al pie de la letra una agenda legítima en sus orígenes (derechos humanos, género y diversidad , identidad, etc.). Y terminó por hartarlo pues al mismo tiempo los requerimientos de la ciudadanía eran otros y urgentes.
Milei ya ingresó en el espacio de lo ridículo y es difícil que salga de él, por más esfuerzos que haga su sector político. Ese, que cada vez que duramente afirma que nada será negociado, termina entregando todas y cada una de sus tristes propuestas prebendarias.
Lo del Luna Park no inicia un ciclo, lo cierra, lo clausura. De ahí en más, todo será la agonía de una pretensión política que va aflojando sus propuestas absurdas y desmesuradas. El sentido común se irá imponiendo contra la omnipotencia arrogante del presidente. Si realmente quisiera gobernar, Milei debería intentar el Gran Acuerdo en Misiones. Lamentablemente, si hay algo que le queda grande, es el destino colectivo, y si algo lo enamora, es la riqueza individual de la cual depende y para la cual trabaja.