Jerusalén, 15 may (EFE).- Son cinco hermanos, viven en un edificio de apartamentos en el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén este, y para ellos la Nakba (catástrofe, en árabe) no es un recuerdo, sino un auténtico calvario de décadas que se cuela bajo la puerta y llega hasta sus propias casas.
Mohamed Sabbagh -75 años, 7 hijos y 24 nietos- vive desde 1956 en un terreno que ahora reclaman colonos israelíes, después de que su familia abandonara sus huertos de naranjos en la vieja ciudad costera de Jaffa, hoy integrada en Tel Aviv, durante la guerra árabe-israelí de 1948 y no pudiera volver.
La suya es una de tantas familias palestinas que se vieron obligadas a abandonar sus hogares, más de 900.000 personas -de ellas, unas 700.000 huyeron a otros países como Líbano o Jordania- a las que el entonces recién nacido Estado de Israel les prohibió regresar: eso es la Nakba, de la que hoy se cumplen 76 años y que ha marcado la vida de millones de palestinos desde entonces.
Mohamed y sus hermanos se acercan cuando pueden a ver el viejo terreno expropiado. Sobre la mesa de su pequeño salón, el hombre despliega una serie de fotografías de su padre, y otras más recientes de la puerta de su viejo hogar en lo que entonces era simplemente Jaffa, hoy poco más que un barrio pintoresco dentro de Tel Aviv.
“Sufrieron mucho”, dice sobre sus padres. Él es, literalmente, un hijo de la Nakba. Nació en 1948 en la frontera con Egipto, mientras su familia buscaba dónde refugiarse tras huir de la guerra.
Después de pasar por Egipto y la Franja de Gaza acabaron en Jerusalén este, en casa de unos familiares. En 1956 llegaron a un acuerdo con el Gobierno jordano y la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), que les permitió adquirir una vivienda de nueva construcción, donde viven desde entonces.
La alegría no les duró mucho. Israel ocupó Jerusalén este tras la Guerra de los Seis Días de 1967 y, desde entonces, dos organizaciones de colonos judíos tratan de hacerse con los terrenos donde está construida la casa de Mohamed y sus hermanos.
Aunque su caso lleva en los tribunales casi cinco décadas de recursos, aplazamientos, cambios de abogado, e incluso el desalojo de varios de sus vecinos, no tiene intención de marcharse.
“No quiero ser un refugiado por segunda vez. Incluso si hay una guerra, no cometeré el mismo error que nuestro padre. Incluso si nos matan. Nos quedaremos aquí hasta el final”, explica.
La historia de la Nakba es la historia de Mohamed y de sus hermanos, pero también la de Anton Sholhat, que creció en una familia de desplazados en Acre, hoy parte de Israel.
Su padre, originario de Siria, nunca pudo volver a casa, mientras que su madre pertenecía a un gran clan palestino que fue expulsado en su mayor parte a Cisjordania después de 1948.
“El hecho de nacer en una familia en la que mi padre no puede regresar a su país y la mayoría de la familia de mi madre está desplazada tuvo un gran impacto en mí”, explica.
Anton mira hacia Gaza, donde la mayoría de la población desciende de palestinos que fueron expulsados de sus pueblos en el 48. Ve la historia repetirse.
El hombre está convencido de que el objetivo de las autoridades israelíes es volver a desplazar a la población palestina, o subyugarla. “Ahí recuerda a la Nakba, que tuvo dos elementos principales: el desplazamiento y las masacres”, asegura.
Cree además que una solución de dos Estados para Israel y Palestina, que Occidente suele proponer como única salida al conflicto, es impracticable por la cantidad de asentamientos judíos en Cisjordania ocupada, donde, al igual que en el barrio de Mohamed en Jerusalén, colonos israelíes reclaman, a menudo con violencia, el derecho a asentarse.
El analista holandés-palestino Mouin Rabbani, por su parte, no cree que una solución de dos Estados sea algo impracticable, pero sí duda de que, en este momento, sea algo sensato.
“¿Puede realmente haber una paz perdurable y sostenible en Oriente Medio sin desmantelar este régimen genocida, irracional y del apartheid?”, se pregunta el experto, especializado en las relaciones palestino-israelíes.
Rabbani pone como ejemplo la Europa de la II Guerra Mundial, el Sudeste Asiático durante la Kampuchea Democrática de Pol Pot, o los regímenes supremacistas blancos de Rodesia y Sudáfrica, y dice que nunca hubiera habido paz en esas regiones si el mundo no se hubiera dado cuenta de que había que acabar con esos gobiernos.
El analista cree que ya hay un plan para el día después de la guerra en Gaza: una especie de segunda Cisjordania, donde los palestinos viven sometidos a duras restricciones de movimiento y a una ocupación militar.
Y es que Rabbani no ve la guerra en el devastado enclave palestino como una nueva Nakba, sino como la continuación de un proceso de 76 años que parece no tener fin. Una catástrofe infinita.
Jorge Dastis