Miriam Elizabeth Rodríguez Martínez se vio obligada a convertirse en activista, buscadora y justiciera tras el secuestro de su hija en Tamaulipas, justo en la época en la que el cártel de Los Zetas mantenía un convulso dominio en la región.
El 23 de enero de 2014 Karen Alejandra Salinas Rodríguez, hija de Miriam, fue interceptada por hombres armados mientras conducía su vehículo. Era un caso más de los secuestros exprés que el grupo criminal llevaba a cabo para financiar su guerra contra el Cártel del Golfo.
El grupo criminal contactó a la familia para exigirle un rescate. Miriam y su esposo, con la esperanza de recuperar a su hija, pidieron un préstamo al banco. El papá de la joven dejó el pago en efectivo cerca de un centro de salud de San Fernando, como se les había ordenado. Los captores no cumplieron el acuerdo.
Desesperada, Miriam exigió una reunión con uno de los integrantes del cártel y la organización accedió, pues había asegurado que no estaba involucrada.
‘Sama’, como se hacía llamar el sujeto que se encontró con Miriam, le dijo que podían ayudarle a localizar a su hija a cambio de dos mil dólares y, sin dudarlo, ella aceptó. Karen no regresó a casa.
Pasaron las semanas y el contacto de Los Zetas dejó de responder las llamadas. Poco después, Miriam asumió que Karen había muerto y le prometió a Azalea —su otra hija— que no descansaría hasta encontrar a los responsables.
A partir de ahí, Miriam se enfrascó en una ininterrumpida búsqueda. Encontró en Facebook el perfil de ‘Sama’ y, con ayuda de un mecánico que fue brevemente capturado por el grupo criminal, confirmó que era uno de los implicados.
Gracias a una mujer cercana a este sujeto obtuvo información sobre la zona en la que se movía. Se cortó el cabello, lo cambió de color y utilizó un uniforme de personal de la salud para camuflarse y acechar a su objetivo.
Le dio la información a la policía, pero las autoridades no lograron capturarlo. Por casualidad, ‘Sama’ llegó el 15 de septiembre de 2014 al negocio que tenía la familia de Miriam y Luis —hijo de la buscadora— lo identificó de inmediato. Lo mantuvieron encerrado hasta que llegó la policía.
Con el paso de los días, reveló nombres de los involucrados. Uno de ellos era Cristian José Zapata González, un joven de 18 años que, al ser interrogado por los oficiales, confesó todo.
Les informó a las autoridades que Los Zetas tenían un rancho en el poblado El Arenal con más de 20 cuerpos enterrados. En esa fosa, una de las tantas que el cártel instaló en el país, un grupo de científicos de Estados Unidos encontró que le pertenecía a Karen.
Después de una visita al rancho, Miriam se detuvo en un restaurante en el que se encontró con Elvia Yuliza Betancourt, una vecina a la que conocía desde que era niña. En un intento casi ingenuo por obtener algún detalle, le preguntó si ella sabía algo de Karen, pero Elvia lo negó. Para ese momento, el caso era ampliamente conocido.
La inquietud de Miriam la llevó a descubrir que Elvia tenía una relación sentimental con uno de los secuestradores de Karen, que estaba recluido en prisión por otro delito. Más tarde se supo que desde la casa de Elvia se habían hecho varias de las llamadas para exigir el rescate de Karen.
Otro de los involucrados, Enrique Yoel Rubio Flores, había tratado de construirse una nueva vida dentro de la religión cristiana. Miriam viajó al municipio de Aldama y, después de obtener algo de información de sus familiares, encontró al muchacho en una iglesia. Más tarde, la policía lo arrestó.
De esta forma, Miriam se encargó de ‘cazar’ a todos y cada uno de los que participaron en el crimen de su hija, pese al nulo apoyo de las instituciones y al poco flujo de información.
Su insólita confrontación contra Los Zetas la llevó a que diez personas implicadas fueran capturadas. Sin embargo, esto la puso en la mira de los criminales.
En marzo de 2017, 29 reos escaparon del penal de Ciudad Victoria a través de un tunel. Por esas fechas, Miriam denunció a la entonces Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Tamaulipas que había recibido amenazas de muerte, pero no recibió protección alguna.
La noche del 10 de mayo de ese año, en pleno Día de las Madres, una camioneta tipo pick up comenzó a seguir a Miriam desde que salió de su negocio. Cuando bajó de su vehículo, a escasos metros de su casa, recibió cerca de 13 disparos que le arrebataron la vida minutos más tarde, mientras era atendida en un hospital.
Al menos dos de los que acudieron para matarla eran parte del grupo de prófugos de Ciudad Victoria. A siete años de este suceso, aún hay personas involucradas en ambos crímenes que continúan en libertad.