En Piedecuesta trabaja una de las pocas personas que saben lidiar con las abolladuras de las tubas y el óxido de las trompetas. Al entrar al taller de Reynaldo Gamboa, usted se da cuenta que no hay instrumento que le queda grande.
Hijo de padre y madre consagrados a la música, Reynaldo Gamboa Carrero creció entre ensayos y desfiles de bandas marciales. Mario Gamboa, su padre, se encargó de que todos sus siete hijos despertaran su vena musical.
A pesar de que Reynaldo hizo caso, también se ‘volaba’ al taller del señor Gonzalo Mccormick para aprender sobre el funcionamiento de las máquinas y herramientas. Aprendizaje que le generó un nuevo hábito: destapar y revisar todos los electrodomésticos que había en la casa.
“Una vez mi papá trajo a la casa un equipo de sonido nuevo y en una tarde que se fueron, yo lo convertí en un ventilador. Yo apenas tenía 8 años” recuerda entre risas el ‘mecánico de los instrumentos’. Desde los seis años, él ya posaba con un redoblante y año tras año se destacaba en las competencias musicales.
De hecho, uno de esos títulos lo acercó a la quien es hoy su esposa, Carol. Después de ocupar el primer puesto en el Concurso Departamental de Guitarra de la UIS, se presentó como el candidato perfecto para enseñarle a tocar las seis cuerdas a una joven Carol.
La ciencia de la música
Gamboa dedicó gran parte de su juventud al saxofón en diversas orquestas de música tropical. Pero, hace 30 años dejó de tocar los instrumentos para dedicarse a restaurarlos.
Su casa se llenó de ‘cachibaches’ y en la pared colgó diversos calibradores, prensas, alicates, pequeños destornilladores y martillos.
Las mesas del taller comenzaron a llenarse de diminutos tornillos de flautines desajustados o varas torcidas de trombones. Además, “el torno se convirtió en mi mano derecha prácticamente”.
La gran labor con los instrumentos lo llevó por Argentina, Chile y Perú para certificarse con Yamaha. Un caché que lo ha llevado a colaborar con músicos de distintas partes del mundo tales como: Aruba, Estados Unidos, Venezuela y Panamá.
Y también tiene ‘harto camello’ dentro del país. Actualmente está trabajando en una trompeta de Medellín, un saxofón de Cali, una flauta de Bogotá y un clarinete de El Socorro.
“No hacemos músicos”
La dirección de bandas se convirtió en otro de los lindos ‘accidentes’ que le sucedieron al ‘luthier criollo’, ya que se le acercaban colegios de todo el área metropolitana para darles una nueva vida a los instrumentos de sus bandas.
Y gracias a su aptitud musical y gran corazón, terminaba involucrándose con los ensayos y distintos aspectos en la formación de los niños. Las bandas del Colegio Panamericano de Floridablanca, Colegio San Juan de Girón, El Pilar de Bucaramanga y hasta la Mochila Cantora alguna vez contaron con la ayuda de Reynaldo.
Precisamente esa vocación por ayudar viene de un ‘instrumento de Dios’ que le enseñó el verdadero significado de la música: Héctor Idarraga. Antes de dejar este mundo terrenal, el primer representante legal de la Fundación Hope le dio un consejo de oro al músico piedecuestano, “no se trata de hacer músicos sino de hacer personas. Porque la música cambia vidas”.
Bajo ese legado, en el pintoresco taller del barrio Hoyo Chiquito todos los días se siguen restaurando violines, flautas, saxofones, clarinetes para ayudar a que las futuras generaciones cambien el mundo.
Redacción y fotografía: Felipe Jaimes Lagos. (X)
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