¿Qué define a un artista? ¿Es un don innato o el resultado de un proceso de formación? Posiblemente, sea la combinación de ambos aspectos lo que culmina en la creación de figuras destacadas que han inmortalizado su arte para las futuras generaciones. Henri de Toulouse-Lautrec, el reconocido pintor francés, es un ejemplo claro de ello, alguien que no se adhirió a la vida convencional de su tiempo.
Prefiriendo mantenerse al margen de las convenciones sociales de su época, se sumergió en el mundo de la pintura y los placeres de la vida nocturna parisina, explorando ambientes que aún hoy pueden resultar controvertidos. Esta amalgama de vivencias le conferió una identidad única a su trabajo, convirtiendo su arte postimpresionista en una experiencia visual sin precedentes.
Un agridulce comienzo
Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa nació en la cuna de una familia aristocrática en el año 1864, producto de la unión entre su padre y madre quienes además de ostentar un linaje que se podía rastrear hasta la época de Carlomagno, eran también primos de primer grado.
Esta fusión genética no dio buenos resultados, por el contrario, Henri padecería una rara enfermedad en los huesos llamada osteogénesis imperfecta, que no le permitiría desarrollarse con normalidad y que empezó a manifestarse desde muy pequeño. Como si esto no fuese suficiente, sufrió la rotura de sus fémures en su juventud, quedando condenado a no crecer más allá del metro y medio.
Por supuesto que no le faltaron los mejores tratamientos de la época y aunque no logró crecer en estatura, sí que lo hizo en cualidades artísticas que empezó a cultivar con clases particulares y con la mejor educación que el dinero podía pagar. Nunca le faltó el apoyo de su familia y amigos cercanos a esta, muchos de ellos pintores.
El retrato de la bohemia parisina
Nació en la comuna francesa de Albi, pero más pronto que tarde se mudó a París, específicamente al distrito de Montmartre, donde empezó a frecuentar lo que se conoce como el ‘bajo mundo’, un lugar donde el ambiente se llena de bohemia y música de los cabarets, tabernas, cafés y burdeles que visitaba constantemente y para quienes hacía litografías.
También publica mucho, expone y pinta en su propio taller. Es un cliente predilecto de los locales nocturnos, sin embargo, todo esto dotó de una estética propia a su trabajo, el cual retrata la vida en sus ojos, prostitutas, cortesanos, bebedores, la vida nocturna llena de luces artificiales y sórdidos colores, entre otras.
Su talento era innegable y su popularidad creció como la espuma, mientras continuaba haciendo carteles publicitarios, ilustraciones y demás. Tenía una clara cercanía con los personajes más emblemáticos de este submundo, donde transitaba sin sentirse fuera de lugar, algo que sí ocurría dentro del círculo aristocrático que lo había visto nacer y que lo rechazaba por su aspecto.
Se sabe que estuvo enamorado de su prima durante algún tiempo, un amor que no pudo ser, a diferencia del que sí consumó con la pintora Suzanne Valadon, de quien más tarde se separaría tras un intento de suicidio de la artista. Se codeó con Theo van Gogh, Oscar Wilde, y otras personalidades de la época durante su camino como artista.
Su obra y final
La obra de Toulouse-Lautrec sufrió algunos cambios con el pasar de los años. Evitaba pintar paisajes y optaba por espacios cerrados, llenos de color, sin luces naturales y momentos cotidianos influenciados por la estética japonesa. Pasó de plasmar a la aristocracia en sus primeros trabajos, a los suburbios que frecuentaba.
¿La vida bohemia lo escogió o él la eligió ella?, no se sabe con exactitud, pero le dio las herramientas para su carrera y la vez algunos vicios como el alcohol, además de una sífilis que lo aquejó hasta el final de sus días.
Sus escándalos, personalidad y la genialidad de la que hacía gala le dieron amplia notoriedad, pero llegó a padecer episodios de locura tan graves que se dice que disparó a la pared de su cuarto al pensar que estaba llena de arañas.
Lo cierto es que la vida se le apagaba en medio de neurosis, depresión y un alza en el precio de sus cuadros que se vendían muy bien debido a su fama como un pintor borracho que ya había sido recogido de las calles en un lamentable estado etílico.
En un intento de sacarlo del alcoholismo su familia contrataría a un cuidador y hasta lo internaría en un sanatorio, donde pintó nada menos que 39 retratos que tenían al circo como su temática central.
Desafortunadamente, un derrame cerebral marcaría los últimos momentos que pasó acompañado de su madre, en un castillo tan aristocrático que en sus mejores días seguramente le habría causado gracia. Así, Lautrec fallecía un 9 de septiembre de 1901 a la corta edad de 36 años, dejando atrás el mundo que lo adoptó como uno de los suyos, le dio la identidad de cronista social y una vida sumamente intensa.
Su legado
El pintor francés hoy en día es reconocido como un importante representante del postimpresionismo y ha inspirado a varias generaciones con su obra, que rompía con los convencionalismos de su época y retrataba la cotidianeidad desde una visión única. Actualmente existe un museo que lleva su nombre y donde se exhiben los cuadros, litografías, dibujos, y el conjunto de los carteles realizados por el artista. Este se encuentra en el Palacio de la Berbie, en Francia.
Toulouse-Lautrec y su relación con el Perú
Henri de Toulouse-Lautrec, reconocido pintor y cartelista francés de finales del siglo XIX, posee una renombrada conexión con Perú a través de la educación y el arte. Aunque Toulouse-Lautrec no tuvo una relación directa con el país durante su vida, su legado ha inspirado la fundación del Instituto Toulouse-Lautrec en Lima, Perú. Este instituto, creado con el objetivo de fomentar la creatividad y el desarrollo artístico entre los jóvenes, refleja la pasión de Toulouse-Lautrec por las artes visuales y su impulso para romper con los moldes tradicionales.
El Instituto Toulouse-Lautrec se ha establecido como una institución educativa de vanguardia en el campo del diseño y la comunicación, atrayendo a estudiantes interesados en diversas disciplinas creativas. Sus programas de estudios están diseñados para desarrollar las habilidades técnicas y teóricas de los alumnos, así como para estimular su capacidad de innovación y pensamiento crítico, pilares fundamentales en la obra de Toulouse-Lautrec.