Juan José Lahuerta
Berlín (Alemania), 14 jul (EFE).- En el alambre durante un tramo de la Eurocopa y más tranquilo y sosegado en la parte final, Gareth Southgate finalmente besó la lona en el último escalón hacia el éxito, cerca del título con España como verdugo y ahora pendiente de resolver una duda provocada por él mismo antes del inicio del campeonato, cuando aseguró que abandonaría el banquillo de Inglaterra en el caso de no llevarse el trofeo a su país.
El listón, desde luego, se lo puso muy alto: “Si no ganamos, probablemente no estaré más aquí. Esta podría ser mi última oportunidad. Creo que aproximadamente la mitad de los entrenadores nacionales se marchan después de un torneo. Así es como funciona el fútbol internacional. Llevo aquí casi ocho años y ya estamos cerca”, afirmó en una entrevista a ‘Bild’.
Esa especie de augurio que lanzó al aire finalmente se ha cumplido. Inglaterra no ha ganado nada, una vez más, y Southgate, si cumple con lo que dijo, se marchara del banquillo de los ‘pross’. Pero la derrota frente a España no debería ser un sinónimo de dimisión para Southgate. Llegar hasta la final, aunque el camino ha sido abrupto y lleno de interferencias, es un éxito, aunque para una selección huérfana de títulos desde el Mundial de 1966, tal vez sea un fracaso.
Si Inglaterra hubiese cedido a su resistencia en alguna de las rondas en las que sobrevivió de milagro, Southgate sería historia hace tiempo. Tal vez, se habría convertido en el único entrenador de toda la Eurocopa en quedarse sin el puesto, porque todos se mantienen en sus cargos. Nadie ha sido despedido por su respectiva federación y nadie ha dimitido. Una estadística extraña, porque casi siempre hay algún damnificado.
La realidad es que la Eurocopa de Inglaterra, salvo la primera parte en semifinales frente a los Países Bajos, ha sido un desastre. Los ‘pross’ se atascaron en la búsqueda de una identidad perdida tras su dolorosa derrota en la tanda de penaltis frente a Italia en la final de la pasada edición. Su fútbol previsible, aburrido, carente de alma y desesperante para sus aficionados, era un certificado de “muerte” para Southgate, que en diciembre cumplirá ocho años en el cargo.
Fue contratado en diciembre de 2016 para sustituir de forma interina a Sam Allardyce. Después de cuatro partidos al frente de Inglaterra, la Asociación Inglesa de Fútbol apostó por oficializar su presencia en el banquillo. Desde entonces, dirigió al combinado británico en cuatro grandes torneos internacionales: dos Mundiales y dos Eurocopas en las que firmó un meritorio cuarto puesto en Rusia 2018 y dos subcampeonatos que incluyen las derrotas de Wembley y de Berlín.
Al final, Southgate no ha podido romper el maleficio que ataca a su país, incapaz de ganar nada desde el Mundial de 1966, hace ya casi seis décadas, y en su última aventura en Alemania tropezó en varias de sus decisiones que en ocasiones minaron la capacidad de su equipo. Y, su primer tropezó, precisamente fue decir que probablemente se marcharía si no ganaba la Eurocopa.
Esas palabras ya generaron el primer debate entre los siempre apasionados aficionados y comentaristas ‘pross’, que tal vez tienen una influencia excesiva en el devenir del día a día de la selección inglesa. Ahí quedaron las opiniones, en realidad más bien críticas, de ilustres ex futbolistas como Alan Shearer o Gary Lineker, a quienes ya tuvieron que contestar desde dentro de la concentración británica. “Ellos tampoco ganaron nada”, vino a decir Harry Kane en medio del huracán generado por el mal juego de Inglaterra.
Pero si Southgate empezó mal diciendo que se podía ir, tampoco acertó con su convocatoria, porque decidió llamar a un lesionado que no jugaba desde febrero para el lateral izquierdo: Luke Shaw. En casa se dejó a otros jugadores que podían ocupar esa posición como Ben Chilwell, Tyrick Mitchell o Dan Burn. Mientras intentaba recuperar a Shaw, utilizó en la izquierda a Kieran Trippier, una posición antinatural para el jugador del Newcastle. Y así le fue durante toda la Eurocopa, con un rendimiento irregular mientras Shaw apenas pudo participar en los últimos minutos del choque ante Suiza, en la segunda parte de las semifinales con Países Bajos y en la final, en la que Southgate le dio la titularidad.
El segundo experimento de Southgate fue colocar a Trent-Alexander Arnold, un lateral derecho, junto a Declan Rice para organizar el juego. La apuesta no funcionó, fue un desastre e incluso insistió con esa idea en los dos primeros partidos frente a Serbia (victoria por 0-1) y ante Dinamarca (1-1).
En ambos casos le sustituyó al descanso por Conor Gallagher, a quien finalmente ubicó en el once para el último partido de la fase de grupos. Y, de nuevo, tampoco funcionó. Al final, dio galones a un chaval de 19 años como Kobbie Mainoo, que hizo lo que pudo hasta asentarse a tiempo para convertirse en una de las gratas sorpresas de Inglaterra. Todos esos giros los dio para sustituir a Kalvin Phillips, su guía en la anterior Eurocopa que completó una mal curso en el West Ham cedido por el Manchester City. Suspiró por él, pero no le llamó.
En la búsqueda de dar un giro de 180 grados al mal juego de su equipo, apostó por jugar con tres centrales frente a Suiza: Ezri Konsa, John Stones y Kyle Walker. Tampoco dio con la tecla, porque Inglaterra mostró la misma imagen apagada de siempre. Otra vez fue intrascendente, previsible, aburrida y superada durante muchos tramos del choque por un equipo teóricamente inferior. Después readaptó esa misma táctica con cambios sobre la marcha en semifinales y funcionó. Pero, ante España, al final, se acabó la fiesta.
Igual de errática fue su puesta en escena ante Serbia, solo que Jude Bellingham disfrazó todos los males de Inglaterra con un cabezazo ganador; igual que frente a Dinamarca, selección contra la que sumó un punto y gracias (1-1); más de lo mismo con Eslovenia, ante la que firmó un 0-0 soporífero y recibió el rechazo de sus hinchas, que acabaron lanzándole vasos de cerveza de la grada; y en octavos, con Eslovaquia, se rozó un ridículo que espantó otra vez Bellingham con su chilena salvadora en el último segundo.
La siguiente aventura de Inglaterra mantuvo la línea de las anteriores y Suiza también sacó a relucir los males del conjunto británico, que hasta el minuto 74, cuando marcó Breel Embolo el primer gol de Suiza, fue un auténtico desastre. Reaccionó con el gol del delantero del Mónaco, Bukayo Saka se vistió de Bellingham con un tanto que salvó los muebles y al final los penaltis se decantaron del lado británico.
La reacción ante los Países Bajos fue testimonial. Apenas 45 minutos de fútbol atractivo que recordó a las mejores épocas de Southgate en el banquillo. Aún así, sufrió para acceder a la final, porque sólo un gol de Ollie Watkins en el tiempo añadido rompió el empate (1-2). Pero después, España, fue demasiado. El mejor equipo de la competición, el más consistente y vistoso, acabó con cualquier posibilidad de victoria de Inglaterra, mediocre en ocasiones y derrotada como siempre (desde 1966). Ahora, Southgate esclarecerá cuál es su futuro, aún por descubrir por su apuesta que ha resultado ser perdedora. Dijo que se marcharía si no ganaba y no ganó. La duda, está en el aire. EFE
jjl/lv