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Taleb Brahim, el ingeniero saharaui que ha logrado crear huertos en el desierto y sueña con que los campamentos de refugiados puedan autoabastecerse

Taleb Brahim, un ingeniero saharaui. (María García Arenales)
Taleb Brahim, ingeniero agrónomo saharaui. (María García Arenales)

El pueblo saharaui no quiere nada permanente en los campamentos de refugiados ubicados en Tinduf, en el sur de Argelia, donde viven más de 170.000 personas. Ni casas ni infraestructura duradera. Porque eso sería admitir que se quedarán de forma indefinida en este país que les acogió hace 49 años después de que Marruecos ocupara el Sáhara Occidental, un territorio rico en recursos naturales que cuenta con un litoral de más de 1.000 kilómetros. Aunque en los últimos años las casas se han construido con materiales más sólidos -ya no son todas de adobe, como antes- siguen siendo precarias y, de momento, no parece que la situación vaya a cambiar.

Pero después de casi cinco décadas en la hamada argelina, un terreno duro y pedregoso donde apenas hay agua y con temperaturas extremas, además de las dificultades que añade el cambio climático, a la población saharaui no le ha quedado más remedio que buscar soluciones e intentar cultivar para no depender exclusivamente de una ayuda internacional cada vez más escasa. Por eso han comenzado a trabajar para alcanzar la soberanía alimentaria, tratando de desarrollar nuevas técnicas para crear huertos familiares.

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La persona que está trabajando en ese objetivo y que ya ha conseguido hacer crecer pequeños espacios verdes en medio de este desierto inhóspito es Taleb Brahim, ingeniero agrónomo saharaui que se crió en los campamentos, estudió ingeniería agrícola en Siria y permacultura en Turquía, y regresó después para aplicar esos conocimientos. Cuenta a Infobae España que el camino no ha sido fácil, no solo porque disponen de pocos medios, sino porque cambiar la mentalidad de la gente en los campamentos, donde reciben una cesta básica de alimentación que les facilita la Media Luna Roja Saharaui independientemente de que trabajen o no, “es muy complicado”. Sin embargo, el hecho de poder tener recursos gracias a los huertos “da un valor extra al trabajo”, explica Brahim, bajo la sombra de una jaima en Ausserd, uno de los cinco campamentos de refugiados en Tinduf, donde el sol ya en mayo es abrasador. “Queremos ser independientes, tener nuestro propio Estado, pero si solo recibimos ayuda alimentaria de la comunidad internacional, es justo lo contrario de ser independientes”.

Brahim en uno de los huertos.
Brahim en uno de los huertos.

Cultivar sin tierra

En el Sáhara las técnicas de agricultura tradicional no funcionan en el desierto debido a las características del terreno, pero Brahim soñaba con crear esos huertos y no desistió, por lo que después de muchas pruebas, y en colaboración con varias ONG, logró llevar a cabo experimentos innovadores en hidroponía de baja tecnología para producir forraje verde y otros cultivos como la cebada. De este regadío hidropónico, un sistema que permite cultivar sin tierra, se benefician actualmente alrededor de 1.000 familias en los campamentos de refugiados, según explica el ingeniero. “No hemos inventado nada nuevo, pero hemos hecho que todas esas técnicas sean de baja tecnología y baratas para poder utilizarlas en estas condiciones y para que sean fácilmente replicadas en otras partes del mundo”.

Y como el cambio climático también está intensificando el calor en el desierto, lo que dificulta aún más las condiciones de vida en los campamentos de refugiados, Brahim está actualmente trabajando en técnicas de hidroponía para la producción de hortalizas, proyectos más ambiciosos como las cúpulas verdes, unos pequeños invernaderos circulares que se cubren con plantas resistentes para que puedan crecer los cultivos en el interior. “Lo que hacemos con este sistema es crear un microclima, un ambiente más húmedo para que puedan crecer alimentos”, explica de forma pausada. Su objetivo es que cada familia en los campamentos pueda tener una de estas cúpulas verdes.

Una cúpula verde. (María García Arenales)
Una cúpula verde.

“Mi sueño es que cada familia tenga su propia cúpula, es una idea loca, pero cuando consigamos tener cinco o seis, se convertirá en algo real y así podré convencer a más gente de que es posible. Aquí todo comienza con una pequeña idea loca, como ocurrió con los huertos, y luego la gente lo va aceptando, así que esperemos que en futuro podamos llegar a más personas”, dice esperanzado quien llegó a vivir los primeros cinco años de su vida en el Sáhara Occidental, que fue ocupado por Marruecos en 1975 y que actualmente controla el 80% del territorio, mientras el Frente Polisario sigue reclamando su independencia.

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De hecho, confía en que este verano puedan estar listas las primeras cuatro cúpulas verdes para las familias más necesitadas. “Necesitamos dar la oportunidad a la gente de ser productores, de ser miembros activos de esta sociedad”, concluye. Y si no pueden conseguir fondos internacionales, lo harán con sus propios recursos, “tal vez de la provenientes de la diáspora”, pero, en cualquier caso, del pueblo saharaui. Una señal más de resistencia.

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