Antes he escrito sobre este tema en varios medios, incluyendo en Infobae, pero como el debate continúa es del caso volver sobre este asunto tan delicado e importante.
Inteligencia es un atributo humano por lo que resulta del todo improcedente extrapolarlo a la máquina aunque se le adicione el adjetivo de “artificial”. Como se ha señalado las palabras sirven para pensar y para transmitir pensamientos, si recurrimos a un lenguaje confuso, confusos serán nuestros silogismos y se dificultará en grado sumo la comunicación. No es pertinente denominar al perro gato y viceversa.
Afortunadamente hay bibliografía respecto a la cuestión que ahora abordamos en la dirección apuntada pero menciono la obra de quien ha sido profesor en MIT, Harvard y en la Universidad de California/Berkeley, Hubert Lederer Dreyfus titulada What Computers Can´t Do: The Limits of Artificial Intelligence donde para resumir el texto en una píldora telegráfica el autor enfatiza que “inteligencia” remite al libre albedrío que es una propiedad del ser humano que cuenta con mente, psique o estados de conciencia tal como lo han puesto de manifiesto otros autores tales como el filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles en el magnífico libro en coautoría que lleva el sugestivo y esclarecedor título The Self and Its Brain, muy bien traducido al castellano El yo y su cerebro, para subrayar que son dos áreas distintas aunque unidas. También es de interés consultar el célebre Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora donde, entre otras cosas, cita pensadores en los que la inter-legis revela estrecho e inescindible parentesco de la inteligencia con la psique que solo es propiedad humana.
Entonces, la inteligencia es una propiedad central del hombre y no de la programación por eso es que propuse en la Academia Nacional de Ciencias en la que presido la Sección Ciencias Económicas que para estos emprendimientos colosales que tanto bien realizan y prometen nuevas realizaciones a la humanidad se use el término “algoritmos informáticos”. John Searle ha llevado a cabo una prueba conocida como “el experimento del cuarto chino” para ilustrar cómo procede la máquina: se coloca a un individuo absolutamente ignorante en lengua china en una habitación para que traduzca un poema del chino y el sujeto hace una traducción perfecta, pero -y este pero es clave- para ese logro se le dan códigos para que los distintos versos en inglés calcen en los consignados en chino, al efecto de exhibir que el tema central es la programación que es como opera la máquina, por más sofisticada que sea y por más retroalimentación y reprogramación que esté condicionada para llevar a cabo.
Por lo dicho es que muchos ingenuos se sorprenden con respuestas consideradas tendenciosas por los aparatos (a veces con inclinaciones socialistas, racistas, abortistas etc) fabricadas vía los algoritmos correspondientes que naturalmente son alimentados por las antedichas programaciones iniciales de humanos.
Si el hombre no tuviera mente, psique o estados de conciencia (términos intercambiables que varían según los autores), es decir, si fuéramos solo kilos de protoplasma, lo que decimos y hacemos estaría determinado por los nexos causales inherentes a la materia y, por tanto, no habría ideas autogeneradas, no podríamos revisar nuestras conclusiones, no tendría sentido tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, no habría responsabilidad individual, tampoco moral y la misma libertad se convertiría en mera ficción al no haber libre albedrío. En esta línea argumental, el premio Nobel en física Max Planck junto con el filósofo Anthony Flew se detienen a considerar la diferencia entre causas y motivos.
Ahora viene otro asunto: se ha dicho erróneamente que los aparatos a los que nos venimos refiriendo provocarán desempleo. Es preciso comprender que dado que los recursos son limitados y las necesidades ilimitadas, donde operen acuerdos libres y voluntarios nunca se produce sobrante de aquello que es escaso y necesario. Desde el martillo en adelante todos los instrumentos tecnológicos liberaron trabajo para atender otras necesidades y los empresarios deseosos de obtener nuevos arbitrajes son los primeros interesados en capacitar personas para las nuevas faenas. Desde el hombre de la barra de hielo cuando se implantó la heladera, o el fogonero cuando irrumpió la locomotora diesel o en la actualidad el cartero cuando aparecieron los mails y así sucesivamente la liberación de trabajo permite encarar nuevas necesidades y demandas. En sentido contrario -como un ejercicio macabro de imaginación- pruébese destruir todos los equipos de capital y se verá que no aumenta el empleo sino que bajan abruptamente los salarios. Por otra parte, si las máquinas de referencia hicieran de todo para todos todo el tiempo, convertiríamos nuestro mundo en Jauja, lo cual sería una situación ideal puesto que obtendríamos las cosas y dejaríamos de lado el trabajo que es siempre un costo para obtener los bienes y servicios que deseamos. Pero desafortunadamente la naturaleza no es así por lo que el proceso evolutivo de desplazamientos, reconversiones y nuevas ofertas continua su marcha.
También se ha dicho que los aparatos de marras pueden causar daño… chocolate por la noticia. Otra vez, desde el descubrimiento del martillo puede usarse para romperle la nuca al vecino o para introducir un clavo. Se dice que lo actual presenta peligros mayores a escala planetaria pero con el martillo si a uno le rompen la nuca no hay mucho más que pueda hacerse. Todo puede utilizarse para bien o para mal, pero eso no es imputable a lo inerte sino a la envergadura moral o inmoralidad del ser humano, una propiedad con que no cuentan las máquinas. En los diferentes contextos, en libertad el hombre al desplegar su ingenio cuando lo dejan en paz puede actualizar sus potencialidades con lo que siempre contrarresta y busca canales para defenderse de agresiones y de poner al descubierto desfiguraciones, engaños y trampas de la más variada procedencia.
Por último, con razón se ha dicho que estos instrumentos de la tecnología moderna modificarán las formas de la enseñanza. Cuando aparecieron las computadoras ya no había necesidad de memorizar la forma de calcular logaritmos o incluso las tablas de multiplicar lo cual liberó espacios para atender otros requerimientos y en eso consiste el progreso que permiten las máquinas con una rapidez mucho mayor a la que pueden logran los humanos (un caballo corre con mayor velocidad que un humano pero eso no autoriza a confundir las propiedades del caballo con las humanas). Para no decir nada de los maravillosos empleos en la medicina y campos similares para mejorar vertiginosamente las condiciones de la humanidad.
Tengamos en cuenta que tergiversar conceptos y hacer malabarismos lingüísticos puede toparse con el inmenso peligro vaticinado por C. S. Lewis y plasmado en su libro titulado La abolición del hombre.
En resumen, la utilización correcta de los vocablos resulta esencial para evitar que se opaque una adecuada cooperación social, del mismo modo cuando se aplica equivocadamente la noción de memoria a los ordenadores que no son más que impulsos eléctricos: no es un atributo de la máquina la memoria. Cuando nuestras abuelas hacían un nudo en el pañuelo para recordar algo, nadie en su sano juicio ponderaba “la memoria del pañuelo”.